Ahora que la Copa del Mundo de fútbol ha terminado, después de revueltas sociales ¡¡¡qué pocas noticias tenemos ahora!!!, no se sabe si por falta de interés mediático o porque milagrosamente la gente ha dejado de tener problemas, ejem..., (ya veremos si cuando lleguen los juegos de Rio de Janeiro la cosa ha mejorado o no), ridículos varios, sorpresas variopintas y la subsistencia de los de siempre, se nos ocurre por estos lares hacer alguna que otra reflexión de lo que rodea al “maravilloso” mundo del balompié (football, soccer, futebol o como sea que se le quiera llamar).
Echando un ojo al mapa de países participantes se ven cosas curiosas, entre ellas donde juegan los futbolistas que han tomado parte en el torneo. Han participado 32 selecciones compuestas por 736 jugadores distribuidos en 51 campeonatos ligueros. Sólo la selección rusa estaba compuesta por jugadores que juegan en su liga nacional e Inglaterra casi, todos salvo uno de sus integrantes, que lo hace en la liga escocesa. El 40,6% de las selecciones pertenecen a la UEFA, sin embargo en las ligas de la UEFA militan el 76,6% de los jugadores participantes en el mundial de Brasil.
***mapa realizado con los datos de pertenencia a ligas previo al mundial.
No se tienen en cuenta los movimientos posteriores.
No hace falta ser un lince, a poco que se sepa algo de este “deporte”, para darse cuenta que el fútbol profesional tiene dos focos importantes como tradición (Europa y Sudamérica), aunque si se podría hablar de cómo los jugadores “emigrantes” se distribuyen en sus ligas de “acogida”, especialmente si por ligas de “acogida” entendemos las europeas ya que, pese a la tradición futbolística, Sudamérica es exportadora de jugadores.
Tradicionalmente los jugadores brasileños llegaban a Europa por Portugal, Argentinos por España, destino también de gran parte de jugadores de habla hispana de centro américa y Sudamérica, o Italia. Los procedentes de países africanos francófonos llegaban a la liga francesa (Malíes, Marfileños, Cameruneses...), los magrebíes se repartían entre España y Francia, Holanda está repleta de jugadores de las Antillas Holandesas y Surinam y Gran Bretaña, especialmente en el caso de Inglaterra, es la liga acogedora de jugadores procedentes de los antiguos países que estaban bajo el paraguas del Imperio Británico convertido en tiempos modernos en la Commonwealth.
Si exceptuamos a Australia y Estados Unidos, el resto de países no tienen una potencia económica que les permita competir en el mercado con los europeos. Por otro lado, Estados Unidos y, en menor medida, Australia, llevan tiempo tratando de atraer jugadores de alto nivel europeos que ya están en la recta final de sus carreras para revitalizar sus ligas. Esto mismo es lo que ocurre con otros países con ligas que aportan jugadores al mundial, las de los países de la Península Arábiga (Arabia Saudí, Emiratos Árabes, Kuwait, Qatar). Pero la entrada de éstos en el mercado futbolístico tiene otro tipo de connotaciones. Si hacemos un pequeño acercamiento al mapa anterior en esa región descubrimos que sus ligas aportan jugadores al mundial... curioso cuanto menos.
Los “petrodólares” llevan unos años comprando jugadores ya en vías de retirada con el supuesto interés por hacer crecer sus campeonatos locales, pero también como inmensas campañas de marketing con que tapar sistemas dictatoriales y pobreza de su población. En los últimos años se ha multiplicado la compra de clubes no punteros por jeques cargados de petrodólares que han reventado el mercado, equipos plagados de publicidad de compañías aéreas de aquellos países. Algunos de estos movimientos responden a otros intereses que tienen aspecto de “intercambio comercial”, invertimos en vuestras decrépitas ligas llenas de deudas, nos metemos de lleno en vuestros sistemas económicos y vuestras vidas y, de paso nos compramos un mundial en la región… que es lo que pega. Sí, hablamos de la Copa del Mundo que organizará Qatar en 2022.
La verdad, es difícil de comprender, desde el sentido común ajeno a los intereses económicos, cómo a un país minúsculo como Qatar, absolutamente desértico, con la población local lejos de vivir en el lujo de sus jeques (por no hablar del régimen de semi-esclavitud en el que viven los trabajadores que han llegado para la construcción de las instalaciones) y de las comodidades de los extranjeros afincados allá, sin tradición futbolística, se le concede la organización de un mundial. En este sentido es bastante ilustrativa la entrevista que Jordi Évole, en el programa Salvados en Mayo de este año, le hizo al periodista brasileño Jamil Chade sobre la corrupción en la FIFA, sobre la organización del mundial de Brasil y sobre la elección de la candidatura de Qatar para organizar el de 2022.
Puede ser interesante ver las dimensiones del proyecto Qatarí para construir unos estadios que, una vez pasado el mundial, difícilmente se llenarán para ver jugar a equipos locales. Este es el enlace a la infografía de presentación: http://youtu.be/oM0Je0MLVI0.
El caso ruso es un punto entre el “petro-rublo” y una demostración de poderío dentro del mapa político mundial. Vienen de organizar unos juegos olímpicos de invierno en Sochi con dudoso éxito (tanto a nivel deportivo como a nivel organizativo) y el mundial del fútbol de 2018 es un paso más en su avance “publicitario”, aunque con los líos en los que andan metidos otra vez en plan “El gran imperio Ruso”, ya veremos por donde va todo. Al menos, a diferencia del caso Qatarí, estos si tienen tradición futbolera.
El fútbol, “el opio del pueblo” moderno, es un excelente vehículo para transacciones económicas y para control político de la población. Lo que está claro es que es cualquier cosa menos un deporte.
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