9 oct 2014

EL GRANDIOSO OFICIO DEL EXPLORADOR

Siempre nos han contado anécdotas de oficios que han ido despareciendo con el paso del tiempo. Este proceso, en algún sentido natural, se ha debido en gran parte al avance de la tecnología que deja obsoleta y/o ineficiente la mano humana para ese mismo trabajo. Pero otros desaparecen debido a que el propio desarrollo económico y las nuevas formas de consumo y urbanas hacen que haya trabajos que no encajen en las sociedades modernas (al menos en occidente). Entre estos se hace saber por ejemplo el pregonero anunciando los trapicheos del alcalde, el sereno vigilando las calles o el ascensorista.

¿Por qué esto en este blog?, pues para rendir homenaje a un oficio muy ligado a la cartografía y que ya no existe, o al menos en su concepción tradicional. Se trata del valeroso y admirable oficio de explorador. Me refiero al explorador clásico, al que va con pantalones cortos beige, calcetines en alto, gorro, rifle y séquito de exploradores/porteadores. Ése que diciendo que iba a encontrar oro, las fuentes de la vida eterna o cualquier rareza mitológica, consigue financiación de reyes o la Royal Geographical Society de turno y se marcha a un sitio sin la más remota idea de lo que se va a encontrar detrás del siguiente árbol, duna o montaña, donde antes no ha pasado nadie (o al menos no ha quedado registrado). Digo que se ha perdido este oficio simplemente porque sobre la tierra ya no queda nada que explorar, al menos, como he mencionado antes, “en su concepción tradicional”, quedando aún tres grandes frentes pero que serían otro cantar: el centro de la tierra, las fosas oceánicas y el espacio… Claramente inaccesibles, o al menos con la indumentaria antes descrita.